domingo, 20 de noviembre de 2011

sin/o



Ellas son tan ingenuas debajo de sus máscaras faciales. No lo dicen para consolarse, lo creen de Verdad: en el juego de la vida, les ha tocado el mejor de los hombres. El más hombre. Es decir, ese sin faltas, sin carencias, sin debilididas, sin la ausencia de ningún... atributo.  

Sin.

De modo que eso era lo que las mujeres dicen cuando se juntan entre si: "mi marido la tiene grande". Bien. Todo va bien. A veces pienso que todo va mal. Pero me engaño, porque todo va bien: no hay motivo alguno para la ansiedad. Las reuniones de mujeres en las peluquerías, no tienen que ponerme nervioso. No son reuniones de brujas, aunque haya piedras calientes, cremas mágicas, cuchicheos que suceden en la sombra de un entorno exclusivamente femenino, y con el extraño atuendo de un poncho brillante de ese color que tanto me incomoda: el rosa. Hay que permitir que lo hagan, porque son simplemente meetings de mujeres estáticas, pasivamente sentadas (o mejor, acostadas), muy poco expresivas, y con ese encanto tan femenino de estar idiotizadas ante la imagen de un falo del que nunca van a descubrir las debilidades. O si las descubren, no hablarán de ello, porque al fin y al cabo son actrices que necesitan ganarse la vida, y por eso respetan el guión (escrito por un hombre) sin el cual, el teatro se vendría abajo. Y si el teatro se viene abajo, ¿qué nos queda? Dolor. Incertidumbre. El lado insoportable de esta existencia, en el fondo, tan misteriosa.

¿No?

Igual, para qué preocuparse. Ellas ven un hombre y automáticamente se ponen a ornamentarse, a hacer dieta, a peinarse, a depilarse, a asegurarle al falo un acceso blandito y húmedo, un camino tortuoso hacia el interior de la carne, un agujero mágico que es el objeto de todos los deseos del hombre y el centro de la historia de la poesía, una concha, en fin, a la que, si le logras poner un anillo matrimonial, de repente se muestra siempre abierta y disponible (zarpado!!) y que, por más que hace mucho que dejó de ser inmaculada, al menos se esfuerza en ir al centro de estética para ser lo menos peluda que se pueda (posta??!!); la boca, boquiabierta, y para lo de atrás, mi vida, lo mejor es relax y spa. La mujer. Qué atractiva que resulta. Y, sí.

Cursos de liderazgo... Claro, todo se aprende en esta vida, se aprende a ser un hombre y sostener ese falo tan lleno de ventajas, pero también, de angustiantes responsabilidades que podrían superar la capacidad de estos oficinistas, por más que el cásting haya querido que sean de tez blanca y en la gloria de la edad (re)productiva. Sin duda el falo es una pesada carga (aunque tener ese auto, ayude a cargar con él), y en un mundo en el que el género está entrando en crisis y nos ofrece cada vez menos seguridad, debe ser aún más difícil arrastrar la carga todos los días del dormitorio al trabajo, y del trabajo vuelta al dormitorio. Porque hay que arrastrarla sin tropezarse con ella. Quiero decir, con la carga. Sostenerla siempre alzada sin dejar de sonreír, como sonríen las bailarinas en el ballet, dando brincos en puntas de pie, con el único motivo de que sino sonrieran, ¿qué sería de la belleza del show? Así que tomate un cerveza y sonreí, flaco. Es así. Y bueh. Hay también otra cuestión. Menos confesada, pero ya fue, lo digo: no sólo a ellas les tiene que parecer que la tengo muy grande; es muy importante que también lo piensen ellos, mis amigos. Mis compañeros. Mis co-starrings de la masculindad. Mis verdaderos cómplices.

Igual, ¿de qué estoy hablando? 57 segundos de una publicidad de cerveza. Algo que se ve haciendo zapping, de pasada, distraídamente. Es algo microscópico. Un minúsculo y extraño libro sobre los mitos de la heterosexualidad, un diminuto instructivo, una vocecita fugaz que viene a darnos ánimo para seguir sosteniendo la mascarada del hombre y la mascarada de la mujer, un recordatorio para ellas, que al parecer llevan una vida ociosa y poco productiva, durante la que podrían olvidar el papel de imbéciles, y también un palmada en la espalda para ellos, leones, gorilas, neandertales, homersimpsons fanáticos del fútbol y consumidores compulsivos de cerveza Quilmes, y que ahora, según la publicidad, tienen que consumir también una cerveza sin alcohol, de la que queda terroríficamente claro (perdón, quise decir, tranquilizadoramente claro), que no es para maricones y por tanto, a pesar de, es cerveza potable.   

En fin. Un anuncio muy gratificante. Muy acorde con la imagen que el mundo produce una y otra vez para describirse a sí mismo. El azul de las camisas sigue oponiéndose al rosa de las batas, como en la ropa para bebés. Todo anda bien. Los rumores de que todo anda mal, son falsos. ¿Viste la publicidad de Quilmes sin alcohol? Jaja. Jojo. Sigue la vida. No sé. Creo que en el fondo, de todas formas, no todo es tan paradisíaco. Algo en estos 57 segundos, me deja un inconsciente malestar, un pequeño lugar de angustia. Porque, bueno... Vieron que se supone que un anuncio busca representar un ideal de éxito, de felicidad, que representa un máximo, una meta a la que nunca se llega, pero hacia la que se tiende. Me pregunto si las opciones máximas de felicidad masculina que se me ofrecen, la posibilidades de irresponsabilidad que tiene mi vida (beber cerveza en la oficina con música disco y secretarias tetonas, y luego ver el partido con Ramírez y Basualdo) representan una felicidad tan completa. Supongo que sí, que esa es la vida que siempre quise. Con la que siempre soñé. Que me da satisfacción. No sé. Camino a la oficina, donde otra vez se armó fiesturri, de repente me entra una especie de pánico. ¿No está faltando algo? ¿Pero qué, qué es lo que me falta? ¿El alcohol?

2 comentarios:

Natalia dijo...

Siguiendo con la línea de lo standarizado (si convenimos que existe esa palabra políglota), y deteniéndome en la publicidad de la cerveza sin alcohol, el hombre que describe la señora de la peluquería es también un hombre "standar" y aburrido que se supone que es lo que las mujeres heteronormales (que no es lo mismo que "heterosexuales")buscamos. Le manda mensajes a cada hora, está siempre prolijo, se levanta temprano y solo vive para trabajar. Luego se muestra la imagen del hombre tramposo y vago que las heteronormales suponemos que vamos a encontrar. Entonces, las etiquetas nos alcanzan a todos. Cada uno tendrá la dura tarea de despegarsela como pueda, cuidando de no arrancarse los pelitos...porque eso si que duele!!

Emi Pastor dijo...

heteronormales, que buena palabra!... son heteronormas, que nos tenemos que despegar todos, heteros, queer, y quien sea... todo lo que es demasiado rígido, impuesto por la fuerza o por las pequeñeces cotidianas que te moldean... todo eso, hace vivir en el miedo a algo distinto, y te corroe el alma!!