lunes, 28 de noviembre de 2011

La medida (in) justa



Inventamos categorías para ubicar en algún lugar, (conocido y seguro), aquello que se presenta como inexplicable. Las categorías nos tranquilizan, nos sirven para ordenar el mundo de manera siempre arbitraria. Pero al fin y al cabo, a veces son necesarias.

Inventamos moldes para dar forma a todo aquello que no la tiene. Los moldes son funcionales al sistema; diseñamos uno y de él obtendremos cientos de objetos iguales. Es rápido, es económico, es eficaz.

Inventamos sistemas de medida, para cuantificar, y de esta manera poder controlar con pretendida precisión, lo que ese sistema particular considera.

Ni las categorías, ni los moldes, ni los sistemas métricos están dados de antemano. Ningún sistema de ordenamiento o cuantificación, es natural. Son, por ende, construcciones sociales y culturales. Necesarias en algunos casos.

Entonces ¿Bajo qué criterio social se establecen estas formas de ajustar el mundo?

Lo bello y lo feo, en ciertas condiciones, quedan definidos por el molde, por la medida y por la categoría dominante. Sistemas que no pueden abarcarlo todo, medidas que no pueden ajustarse por completo. Categorías que expulsan, que dejan por fuera a todo lo que no encaja en lo esperable. Porque de esto se trata, los moldes generan lo esperable. Sale de él lo que de antemano sabíamos que saldría. ¿Cuán preparados estamos para alojar y dejarnos atravesar por lo inesperado?

Parecería que este horizonte está muy lejos, tanto que ni siquiera se vislumbra. Cuando la pretendida (y construida) belleza femenina sale siempre del mismo molde, y el molde es aceptado tanto por quienes venden como por quienes compran, esa belleza se legitima. Rubicunda, delgada, tez blanca y nariz pequeña. Todos aquellos rasgos que exceden al formato, serán sancionados como feos. Rasgos que convierten en imposible el acto de seducción, llevándolo incluso al ridículo. Ser una mujer fea, excluye por el sustantivo y aún mas por el adjetivo. Imposible para ella insertarse en el circuito amoroso.

Si del lado femenino queda fijado un tipo de belleza, del lado masculino, una forma de mirar. Porque, resulta evidente que lo que importa en los hombres no es el aspecto, o por lo menos no está en primer plano. ¿Qué mirada sale del molde? Una mirada adolescente. El termómetro que cuantifica la temperatura del cuerpo, la excitación lisa y llana que aun no encuentra palabras que la nombren. Calentura que se sacrifica en nombre de la amistad, en pos de darlo todo por ese amigo. El problema es creer que se puede calcular los grados de esa calentura con el termómetro de paradigma, fija como condición excluyente del deseo, una pretendida belleza. Y niega la posibilidad de vivir la sexualidad, a todo lo que no entra en esa medida.

El amor y la seducción, más allá del modelo, es una apuesta que ningún publicista está dispuesto a hacer. Fomentar en cambio un estereotipo ya viejo, usado y probado, parece ser la única opción.

Si la misoginia recae en la aversión hacia el género femenino ¿Cuál es la palabra que designa lo opuesto? ¿Qué palabra pone al género masculino en el banquillo?

¿Existe esa palabra?

4 comentarios:

Natalia dijo...

Misantropía?

Emi Pastor dijo...

o... machofagia!

Natalia dijo...

Jaja! Existe "machofagia"? De todas formas, y a riesgo de sonar como una defensora del género masculino (lo cual no soy, de hecho soy una resentida común y corriente), puedo opinar que el hecho de que exista una palabra para el desprecio hacia la mujer y no una para el desprecio hacia el hombre puede leerse de otra manera, es decir, nadie diría que "misántropo" es un elogio; es más bien un insulto. Entonces: se condena el odio hacia la mujer (lo cual está muy bien!!), pero el odio o el maltrato hacia el hombre..no existe? Reitero, no soy defensora de hombres, es que...solo me gusta pelear.

Natalia dijo...

Fe de erratas (uff! cómo estamos hoy!!): quise poner "nadie diría que MISÓGINO es un elogio.