martes, 13 de diciembre de 2011

la minifalsa

La minifalda ¿uno de los símbolos de la liberación sexual femenina?



Pensar que se consideraba impúdico que las mujeres mostraran los tobillos, después las rodillas… Hasta que ¡apareció la mini! Desafiante y provocadora: una verdadera minifalda deja ver por lo menos la mitad del muslo.

La minifalda surge en un contexto de revolución sexual: se luchaba por la igualdad de los sexos, surge el feminismo, se propaga el uso de anticonceptivos, la libertad de relaciones sexuales y de elección sexual.

Pero….

Es realmente una liberación de la mujer el hecho de poder ahora mostrar por lo menos la mitad de sus muslos?

Porque si hablamos de mostrar es para un ojo que ve. Y ese oJo es explícitamente masculino.

Entonces la liberación de la mujer ¿es para sí misma? ¿O para el hombre, su dueño?

La inventora de la minifalda fue una mujer, Mary Quant, que seguramente tenía ideales de liberación y renovación. Pero se inspiró en el BMW mini cooper para hacer su mini skirt. Un auto, un fierro, símbolo primariamente masculino: de la costilla de Adán, Dios creó a Eva…(para que se ponga una mini y se revuelque sobre el capó de su macho)

El ideal de mujer y de belleza femenina es un ideal masculino, que nace en la mirada del hombre. El hombre (dios) crea a la mujer para el placer de su mirada y la prolongación de su es tir pe.

Por eso las feas no cuentan. Unas piernas largas, contoneadas y depiladas merecen mostrarse, viva pues la minifalda! Unas piernas cortitas o regordetas (qué tal unas piernas peludas?) mejor se oculten bajo una pollera larga o unos pantalones prensantes.

Entonces grito:

¡El símbolo de la liberación femenina es otro eslabón en la cadena machista con la que la mujer se enrosca gustosa, jugosa y pulposa!


(para Doja)

lunes, 28 de noviembre de 2011

La medida (in) justa



Inventamos categorías para ubicar en algún lugar, (conocido y seguro), aquello que se presenta como inexplicable. Las categorías nos tranquilizan, nos sirven para ordenar el mundo de manera siempre arbitraria. Pero al fin y al cabo, a veces son necesarias.

Inventamos moldes para dar forma a todo aquello que no la tiene. Los moldes son funcionales al sistema; diseñamos uno y de él obtendremos cientos de objetos iguales. Es rápido, es económico, es eficaz.

Inventamos sistemas de medida, para cuantificar, y de esta manera poder controlar con pretendida precisión, lo que ese sistema particular considera.

Ni las categorías, ni los moldes, ni los sistemas métricos están dados de antemano. Ningún sistema de ordenamiento o cuantificación, es natural. Son, por ende, construcciones sociales y culturales. Necesarias en algunos casos.

Entonces ¿Bajo qué criterio social se establecen estas formas de ajustar el mundo?

Lo bello y lo feo, en ciertas condiciones, quedan definidos por el molde, por la medida y por la categoría dominante. Sistemas que no pueden abarcarlo todo, medidas que no pueden ajustarse por completo. Categorías que expulsan, que dejan por fuera a todo lo que no encaja en lo esperable. Porque de esto se trata, los moldes generan lo esperable. Sale de él lo que de antemano sabíamos que saldría. ¿Cuán preparados estamos para alojar y dejarnos atravesar por lo inesperado?

Parecería que este horizonte está muy lejos, tanto que ni siquiera se vislumbra. Cuando la pretendida (y construida) belleza femenina sale siempre del mismo molde, y el molde es aceptado tanto por quienes venden como por quienes compran, esa belleza se legitima. Rubicunda, delgada, tez blanca y nariz pequeña. Todos aquellos rasgos que exceden al formato, serán sancionados como feos. Rasgos que convierten en imposible el acto de seducción, llevándolo incluso al ridículo. Ser una mujer fea, excluye por el sustantivo y aún mas por el adjetivo. Imposible para ella insertarse en el circuito amoroso.

Si del lado femenino queda fijado un tipo de belleza, del lado masculino, una forma de mirar. Porque, resulta evidente que lo que importa en los hombres no es el aspecto, o por lo menos no está en primer plano. ¿Qué mirada sale del molde? Una mirada adolescente. El termómetro que cuantifica la temperatura del cuerpo, la excitación lisa y llana que aun no encuentra palabras que la nombren. Calentura que se sacrifica en nombre de la amistad, en pos de darlo todo por ese amigo. El problema es creer que se puede calcular los grados de esa calentura con el termómetro de paradigma, fija como condición excluyente del deseo, una pretendida belleza. Y niega la posibilidad de vivir la sexualidad, a todo lo que no entra en esa medida.

El amor y la seducción, más allá del modelo, es una apuesta que ningún publicista está dispuesto a hacer. Fomentar en cambio un estereotipo ya viejo, usado y probado, parece ser la única opción.

Si la misoginia recae en la aversión hacia el género femenino ¿Cuál es la palabra que designa lo opuesto? ¿Qué palabra pone al género masculino en el banquillo?

¿Existe esa palabra?

domingo, 20 de noviembre de 2011

sin/o



Ellas son tan ingenuas debajo de sus máscaras faciales. No lo dicen para consolarse, lo creen de Verdad: en el juego de la vida, les ha tocado el mejor de los hombres. El más hombre. Es decir, ese sin faltas, sin carencias, sin debilididas, sin la ausencia de ningún... atributo.  

Sin.

De modo que eso era lo que las mujeres dicen cuando se juntan entre si: "mi marido la tiene grande". Bien. Todo va bien. A veces pienso que todo va mal. Pero me engaño, porque todo va bien: no hay motivo alguno para la ansiedad. Las reuniones de mujeres en las peluquerías, no tienen que ponerme nervioso. No son reuniones de brujas, aunque haya piedras calientes, cremas mágicas, cuchicheos que suceden en la sombra de un entorno exclusivamente femenino, y con el extraño atuendo de un poncho brillante de ese color que tanto me incomoda: el rosa. Hay que permitir que lo hagan, porque son simplemente meetings de mujeres estáticas, pasivamente sentadas (o mejor, acostadas), muy poco expresivas, y con ese encanto tan femenino de estar idiotizadas ante la imagen de un falo del que nunca van a descubrir las debilidades. O si las descubren, no hablarán de ello, porque al fin y al cabo son actrices que necesitan ganarse la vida, y por eso respetan el guión (escrito por un hombre) sin el cual, el teatro se vendría abajo. Y si el teatro se viene abajo, ¿qué nos queda? Dolor. Incertidumbre. El lado insoportable de esta existencia, en el fondo, tan misteriosa.

¿No?

Igual, para qué preocuparse. Ellas ven un hombre y automáticamente se ponen a ornamentarse, a hacer dieta, a peinarse, a depilarse, a asegurarle al falo un acceso blandito y húmedo, un camino tortuoso hacia el interior de la carne, un agujero mágico que es el objeto de todos los deseos del hombre y el centro de la historia de la poesía, una concha, en fin, a la que, si le logras poner un anillo matrimonial, de repente se muestra siempre abierta y disponible (zarpado!!) y que, por más que hace mucho que dejó de ser inmaculada, al menos se esfuerza en ir al centro de estética para ser lo menos peluda que se pueda (posta??!!); la boca, boquiabierta, y para lo de atrás, mi vida, lo mejor es relax y spa. La mujer. Qué atractiva que resulta. Y, sí.

Cursos de liderazgo... Claro, todo se aprende en esta vida, se aprende a ser un hombre y sostener ese falo tan lleno de ventajas, pero también, de angustiantes responsabilidades que podrían superar la capacidad de estos oficinistas, por más que el cásting haya querido que sean de tez blanca y en la gloria de la edad (re)productiva. Sin duda el falo es una pesada carga (aunque tener ese auto, ayude a cargar con él), y en un mundo en el que el género está entrando en crisis y nos ofrece cada vez menos seguridad, debe ser aún más difícil arrastrar la carga todos los días del dormitorio al trabajo, y del trabajo vuelta al dormitorio. Porque hay que arrastrarla sin tropezarse con ella. Quiero decir, con la carga. Sostenerla siempre alzada sin dejar de sonreír, como sonríen las bailarinas en el ballet, dando brincos en puntas de pie, con el único motivo de que sino sonrieran, ¿qué sería de la belleza del show? Así que tomate un cerveza y sonreí, flaco. Es así. Y bueh. Hay también otra cuestión. Menos confesada, pero ya fue, lo digo: no sólo a ellas les tiene que parecer que la tengo muy grande; es muy importante que también lo piensen ellos, mis amigos. Mis compañeros. Mis co-starrings de la masculindad. Mis verdaderos cómplices.

Igual, ¿de qué estoy hablando? 57 segundos de una publicidad de cerveza. Algo que se ve haciendo zapping, de pasada, distraídamente. Es algo microscópico. Un minúsculo y extraño libro sobre los mitos de la heterosexualidad, un diminuto instructivo, una vocecita fugaz que viene a darnos ánimo para seguir sosteniendo la mascarada del hombre y la mascarada de la mujer, un recordatorio para ellas, que al parecer llevan una vida ociosa y poco productiva, durante la que podrían olvidar el papel de imbéciles, y también un palmada en la espalda para ellos, leones, gorilas, neandertales, homersimpsons fanáticos del fútbol y consumidores compulsivos de cerveza Quilmes, y que ahora, según la publicidad, tienen que consumir también una cerveza sin alcohol, de la que queda terroríficamente claro (perdón, quise decir, tranquilizadoramente claro), que no es para maricones y por tanto, a pesar de, es cerveza potable.   

En fin. Un anuncio muy gratificante. Muy acorde con la imagen que el mundo produce una y otra vez para describirse a sí mismo. El azul de las camisas sigue oponiéndose al rosa de las batas, como en la ropa para bebés. Todo anda bien. Los rumores de que todo anda mal, son falsos. ¿Viste la publicidad de Quilmes sin alcohol? Jaja. Jojo. Sigue la vida. No sé. Creo que en el fondo, de todas formas, no todo es tan paradisíaco. Algo en estos 57 segundos, me deja un inconsciente malestar, un pequeño lugar de angustia. Porque, bueno... Vieron que se supone que un anuncio busca representar un ideal de éxito, de felicidad, que representa un máximo, una meta a la que nunca se llega, pero hacia la que se tiende. Me pregunto si las opciones máximas de felicidad masculina que se me ofrecen, la posibilidades de irresponsabilidad que tiene mi vida (beber cerveza en la oficina con música disco y secretarias tetonas, y luego ver el partido con Ramírez y Basualdo) representan una felicidad tan completa. Supongo que sí, que esa es la vida que siempre quise. Con la que siempre soñé. Que me da satisfacción. No sé. Camino a la oficina, donde otra vez se armó fiesturri, de repente me entra una especie de pánico. ¿No está faltando algo? ¿Pero qué, qué es lo que me falta? ¿El alcohol?